La industrialización incluyó a los niños
En el siglo XIX, el concepto de los niños como mano de obra sobrevivió en esa evolución laboral de la granja a la fábrica. Fue entonces cuando comenzó la verdadera explotación: a diferencia del trabajo en casa, en la fábrica no importaba que la tarea la realizara un adulto o un menor de edad. No se requería de mucha fuerza muscular para guiar los hilos en la máquina de tejer.
Muchos de estos niños se sentaban frente a los telares y máquinas de bordar para trabajar. La mayoría de las fábricas textiles se encontraban en la parte oriental de Suiza y en el cantón de Zúrich. A lo largo del río Aabach, entre Pfäffikon y el Lago Greifen, se creó una verdadera aglomeración de la industria textil y del trabajo infantil. Casi un tercio de los trabajadores de estas fábricas eran menores de 16 años.
Algunas familias poseían sus propias máquinas de tejer o bordar en casa y trabajaban así para grandes empresas textiles. Los niños también fueron utilizados para estas tareas.
Trabajo desde el amanecer hasta el anochecer
No había alternativa a este destino de los hijos e hijas de una familia trabajadora en esta industria textil. Los chicos no tenían prácticamente ninguna forma de evitar ese trabajo monótono, sin poder jugar y solo pocos podían ir a la escuela.
Algunos niños ya a los seis años comenzaban a enhebrar. Una tarea que, entonces, llevaba mucho tiempo y requería de dedos muy finos, por lo que la realizaban, principalmente, mujeres y niños.
El trabajo infantil como factor económico
Toda esa cantidad de trabajo afectó naturalmente la salud de los niños. Los inspectores escolares notaron que tenían la espalda torcida, mala vista, cansancio y debilidad. En 1905, un sacerdote de Appenzell-Rodas Exteriores escribió acerca de la vida de estos pequeños, cuya sobrecarga de trabajo los llevaba a “estar cansados, somnolientos, mental y físicamente debilitados. Esto provoca que estén dispersos, distraídos y sin mostrar ningún interés”.
La explotación de los hijos era sistemática, pero no se hacía por malicia o ignorancia. Debido a los bajos salarios, las familias a menudo dependían de ingresos adicionales. Además, el hijo de una familia de obreros, artesanos o campesinos tenía una posición completamente diferente a lo que hoy conocemos. Para los padres, el menor seguía siendo principalmente una ayuda en las labores de la familia.
Los empresarios encontraron esto conveniente. Con este argumento económico, muchos ciudadanos liberales defendieron el trabajo infantil. Así, Victor Böhmert, un destacado economista de la época, escribió que las hiladoras “con bajos salarios tenían que hacerse ayudar, preferiblemente con trabajo infantil y de otras mujeres, debido a la competencia del extranjero”.
En solitario con una misión social
En 1867, el otrora diputado independiente Wilhelm Joos presentó la primera propuesta para una ley sobre el trabajo obrero a escala nacional. El hombre de Schaffhausen era conocido por su dedicación a los socialmente desfavorecidos. Esto, en una época en la que tales cuestiones provocaban desaprobación. Considerado entonces como una figura solitaria, hoy se mira como un político visionario.
Cuando Joos presentó su iniciativa, algunos cantones ya contaban con leyes que regulaban el trabajo en las fábricas, incluido el de los niños. Sin embargo, a menudo eran demasiado laxas y sus normas resultaban divergentes.
Se requirió mucho tiempo para que la idea de Joos cayera en tierra fértil. En 1877, Suiza tuvo su primera ley sobre las labores en las fábricas que prohibió el trabajo infantil. Esta primera ley laboral nacional fue una de las más estrictas del mundo. El ministro socialdemócrata Hans-Peter Tschudi lo calificó de “logro pionero a escala internacional”
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Fuente: swissinfo.ch
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